Algo sobre Nietzsche

Método de este trabajo: montaje literario. No tengo nada que decir. Solo que mostrar. No hurtaré nada valioso, ni me apropiaré de ninguna formulación profunda. Pero los harapos, los desechos, esos no los quiero inventar, sino dejarles alcanzar su derecho de la única manera posible: empleándolos.

Walter Benjamín, El libro de los pasajes (1927)

 

Algo sobre el Sr. Nietzsche o el filósofo del mal o el corruptor del gusto

 

Pienso que lo que me obliga a escribir es el miedo a volverme loco. Sufro una aspiración ardiente, dolorosa, que perdura en mí como un deseo insatisfecho.

Georges Bataille, Sobre Nietzsche (1967)

 

Escribir puede enloquecer a las personas. Deben llevar una vida apacible, holgada, burguesa. Si no, enloquecen.

Clarice Lispector, Un soplo de vida (1978)

 

Aquejado en sus últimos diez años de vida por la locura; marginal, ignorado e incomprendido en su tiempo, el pasado 15 de octubre se cumplieron 170 años de su nacimiento. Para Nietzsche la interpretación era inacabable, es esa inquietud hacía el conocimiento por parte del filósofo del martillo, que Foucault la asocia con la experiencia lunática. Dice el pensador galo:

«Lo que está en juego en el punto de ruptura de la interpretación en esta convergencia de la interpretación hacia un punto que la hace imposible, podría muy bien ser algo como la experiencia de la locura. Experiencia contra la cual Nietzsche se debatió y por la cual fue fascinado; […] Esta experiencia de la locura sería la sanción de un movimiento de la interpretación que se acerca al infinito de su centro y que se hunde, calcinado.» Nietzsche, Freud, Marx. (1967)Nietzsche1882

 

Friedrich Nietzsche nace en 1844 y muere en 1900. Fue un filólogo y filósofo revolucionario e insurrecto, de gran influencia, en quien convive compromiso y complejidad. Más allá de la época en que ubicamos a Nietzsche, la modernidad, segunda mitad del siglo XIX, el filósofo sigue siendo un emblema en épocas de crisis histórica e incertidumbre. Su quehacer filosófico oficia también como diagnóstico de una periodización, conocida como época crítica. En ésta se abarcan las revoluciones tecnologías- la segunda fase de la revolución industrial y el desarrollo moderno de la ciencia-; políticas -la tardía unidad alemana, la expansión europea, el liberalismo y los nacionalismos-; socioculturales- el ascenso de la burguesía, la cuestión obrera y las vanguardias de pensamiento-. En este concierto, Nietzsche somete en una crítica radical a los fundamentos y discursos sobre los cuales se ha construido la cultura de occidente. Ya en esa genealogía, en esa búsqueda de los orígenes, indaga cuales fueron los supuestos y contradicciones que la encubren. Por ello, para este autor el hombre moderno es un camino, un devenir hacia aquello de lo que el hombre debe ser. Este tipo especial de hombre que describe minuciosa y obsesivamente lo llamó “superhombre”, que es un sujeto reflexivo, crítico y creador. Su filosofía es una afirmación inmanente de la vida, un decirle sí a todo, inclusive a aquello que nos destruye. Nietzsche ha intentado cerrar la historia de la metafísica occidental europea y ha anunciado la difícil tarea de superación del nihilismo.

 

 

Nihilismo y melancolía

Yo, madre de sangre espesa, perezosa carga de la tierra, quiero decir lo que soy y a que puedo dar lugar. Soy la bilis negra, nombrada primero en latín y ahora en alemán, sin que me hayan enseñado ni el uno ni el otro. Gracias a la locura puedo escribir versos casi tan buenos como los del que se abandona al sabio Febo, el padre de todo arte.

Andreas Tscherning, La melancolía en persona habla (1655)

 

Hay días en que me invade un sentimiento más negro que la más negra melancolía — el desprecio a los hombres. Y para no dejar ninguna duda sobre qué es lo que yo desprecio, sobre quién es el que yo desprecio: es el hombre de hoy, el hombre del que yo soy fatalmente contemporáneo.

Nietzsche, Anticristo (1888)

Se pude catalogar fácilmente a Nietzsche de cruel y misántropo, entre otras cosas, pero eso sería tergiversar su pensamiento como bien lo hizo el nazismo con su noción de “superhombre”, que la utilizó para su programa genocida y eugenésico. Sus escritos no dejan de ser polémicos y de difícil lectura, pero son de una lucidez escalofriante. Esta sensación de desesperación, de sentimiento melancólico, presente en Nietzsche, dialoga de cerca con su diagnóstico nihilista.

Walter Benjamín en un capítulo dedicado a la melancolía en el libro El origen del Trauerspiel alemán (1925) señala que, con el advenimiento de la Contrarreforma, el luteranismo provoco en el hombre una pérdida de fe, donde esta incertidumbre da cuenta de un quiebre en el orden monárquico y religioso. Benjamín dice:

«Al negarle a tales obras cualquier tipo de especial efecto milagroso en el orden espiritual, al abandonar el alma a la gracia de la fe, y al convertir la esfera secular y política en el terreno de pruebas de un modo de vida sólo indirectamente moldeado por la religión (ya que, en el fondo, estaba destinado a la demostración de virtudes cívicas), el luteranismo consiguió, sin duda, inculcar en el pueblo un estricto sentido de la obediencia, pero al mismo tiempo infundió la melancolía en sus grandes hombres».

Nietzsche, en su ambiente familiar, creció rodeado de la influencia religiosa de su padre y su abuelo, que eran pastores protestantes. ¿Acaso fue Nietzsche un genio melancólico?

Aristóteles en su obra Problemas detalla, en la sección dedicada a la melancolía, una joya de este libro, la asociación entre ingenio, excepcionalidad, locura y melancolía. El influjo de la bilis negra no solo causa sujetos enfermizos sino también superlativos. El desequilibrio y la enfermedad quedan asociados al genio creativo, que podemos considerar fundacional de la teoría melancólica. Aristóteles señala: »

«Muchos, incluso, por el hecho de que este calor [el humor de la bilis negra] se encuentra cerca de la zona del intelecto, caen afectados por las enfermedades de la locura o de la posesión divina, de donde las sibilas, los adivinos y todos los poseídos por la divinidad, cuando su disposición no proviene de una enfermedad sino de un temperamento natural».

Melencolia I (B. 74; M., HOLL. 75) *engraving  *24 x 18.8 cm *1514
«Melencolía I», de Albrecht Dürer (1514)

Para Benjamín “la absorción en los pensamientos también conducía con demasiada facilidad a un abismo sin fondo. Eso es lo que nos enseña la teoría de la disposición melancólica. […] Pues toda la sabiduría del melancólico viene del abismo. Nietzsche en algunos pasajes de sus libros se dedica a esta sensación abisal. En Así habló Zaratustra dice: “sólo puede ser intrépido quien conoce el miedo pero lo supera; quien ve el abismo con orgullo. Quien ve el abismo con ojos de águila; quien con garras de águila se aferra al abismo; ése tiene valor”. Y sigue en Más allá del bien y del mal: “quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti».

Así es como describe Aegidius Albertinus en su libro El reino de Lucifer y la caza de las almas de 1617 al melancólico:le sucede al principio […] lo mismo que a uno al que ha mordido un perro rabioso: le sobrevienen sueños terribles y pasa miedo sin motivos”.

¿Es la experiencia de la locura y el sentimiento de melancolía lo que llevó a Nietzsche a desplegar su pronóstico nihilista?

Jürgen Habermas dice:

«¿Por qué, pues, es necesario el surgimiento del nihilismo? Porque son los valores que hasta ahora hemos tenido los que llegan con él a su última consecuencia: porque el nihilismo es la lógica, pensada hasta el fin, de nuestros grandes valores e ideales –porque hemos de vivir primero el nihilismo para llegar así tras lo que propiamente sea el valor de esos `valores´ […] Tenemos necesidad, cuanto antes, de nuevos valores […]». Sobre Nietzsche y otros ensayos,  (1982)

Este nihilismo significa que los valores entendidos como supremos pierden su validez, puesto que los valores postulados como verdades objetivas, eternas y universales desde Platón (la idea de bien, de lo bello) hasta nuestros días, han perdido su fuerza normativa. Para Nietzsche, en esas construcciones morales, metafísicas, científicas, especialmente el cristianismo, están perdiendo sentido y constituyen el fundamento desde el cual se ha venido forjando la cultura occidental. Este agotamiento de la civilización europea judeocristiana, se resume en la célebre expresión equívoca de Nietzsche “Dios ha muerto”, este descubrimiento, según el filosofo no es sólo la muerte Dios, sino la muerte de la moral cristiana y de una verdad única, objetiva y trascendente, la cual nos introduce frente al fenómeno del nihilismo. Este advenimiento del nihilismo lo causa la mirada metafísica, es decir, una interpretación del mundo que ha pasado por ser la única interpretación posible. La cultura de occidente se sustenta en la ilusión de construir fundamentos últimos que son trascendentales, inmutables y necesarios. Esta necesidad propia del ideal metafísico de colocar el sentido de la vida en un mundo inteligible y eterno, tal vez surja por el desprecio a la mutabilidad, al cambio, a la conciencia de que somos seres finitos y que sabemos que vamos a morir. Para Nietzsche esta posición ante la vulnerabilidad de la vida, niega la pulsión de vitalidad, el devenir, el cambio, la transmutación y la creación. En la medida que se ha inventado esa mentira que es el mundo ideal, se le ha quitado a la realidad su valor, su sentido y su veracidad. Por lo tanto, ¿cómo llega la metafísica a la construcción de semejantes edificios dogmáticos?

 

No es dios todo lo que reluce

La razón en el lenguaje: ¡oh, qué vieja hembra engañadora! Yo creo que no nos vamos a desembarazar de Dios porque creemos aún en la gramática.

Nietzsche, El ocaso de los ídolos (1887).

Nietzsche afirma que la fe de todo metafísico es la fe en el lenguaje, por el cual se accede a la esencia de la realidad tal cual es. El metafísico establece una relación de identidad entre el lenguaje y la cosa que aquél nombra, y no tiene en cuenta que el lenguaje y sus significados son el producto de la polisemia y las convenciones sociales. Foucault analizando las técnicas de interpretación nos dice:

«El lenguaje, en todo caso el lenguaje en las culturas indo-europeas, ha hecho nacer siempre dos clases de sospechas: Ante todo la sospecha de que el lenguaje no dice exactamente lo que dice. El sentido que se atrapa y que es inmediatamente manifiesto no es, quizás, en realidad, sino un sentido menor, que protege, encierra y, a pesar de todo, transmite otro sentido; siendo este sentido a la vez el sentido más fuerte y el sentido `de debajo´. Esto era lo que los griegos llamaban la allegoría y la hiponoia.
Por otra parte el lenguaje hace nacer esta otra sospecha: que el lenguaje desborda, de alguna manera, su forma propiamente verbal, y que hay muchas otras cosas en el mundo que hablan y que no son lenguaje. Ante todo se podría decir que la naturaleza, el mar, el murmullo de los árboles, los animales, los rostros, las máscaras, los cuchillos en cruz, hablan; probablemente hay lenguajes que se articulan de una manera no verbal». Nietzsche, Freud, Marx (1967)

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«El sueño de la razón produce monstruos», Francisco de Goya (1799)

Para Fernando Savater, “ser nietzscheano era preocuparse por las trampas del lenguaje, como Wittgenstein”. Añade Bataille, “al suprimir la obligación, el bien, al denunciar el vacío y la mentira de la moral, derruía el valor eficaz del lenguaje”. Por lo tanto, para Nietzsche, la esencia del lenguaje no es la verdad unívoca, sino que es seducción y por lo mismo, es equívoco, se puede interpretar en una pluralidad de sentidos. El lenguaje no revela la realidad tal cual es, no es el medio de estructuración del mundo, y por lo mismo, de acceso a la verdad. El conocimiento es la voluntad de verdad, pero no la verdad en sí misma. Es la voluntad de verdad la que lleva al sujeto a establecer nexos de correspondencia entre quien conoce y las cosas que se supone pueden ser conocidas. Y esta correspondencia no supone una relación de identidad sino de heterogeneidad. Además, tampoco existe un sujeto objetivo previo que tenga tal acceso a semejante conocimiento. No hay tal sujeto abstracto. Lo que hay son sujetos con voluntad de poder, por lo tanto, para Nietzsche no hay sujeto de conocimiento sino intérpretes. He aquí la teoría de la perspectiva nietzscheana acerca del conocimiento, que acaba con la doctrina de la verdad con mayúsculas, diciendo que en el mundo no hay hechos, sino sólo interpretaciones, y que por lo tanto, el conocimiento es algo que viene de la perspectiva que cada uno utiliza, de la misma manera es provisional e histórica. Para Foucault, “en Nietzsche el intérprete es lo `verídico´; es lo `verdadero´, no porque él se apodere de una verdad en reposo para proferirla, sino porque él pronuncia la interpretación que toda verdad tiene por función recubrir”.

A propósito de la noción de verdad en Nietzsche, Jacques Derrida decía que “la verdad no se deja conquistar. […]Mis verdades, esto implica sin duda que no se trata de verdades [entendida estas como absolutas], ya que estas son múltiples, variopintas, contradictorias. No hay, por consiguiente, una verdad en sí, sino que por añadidura, e incluso para mí, la verdad es plural.”

En el mismo camino Jürgen Habermas añade que“el peculiar `instinto de verdad´ es sólo un deber moral que la sociedad impone para existir: ser veraz quiere decir usar las metáforas comunes, y por tanto, expresado moralmente: […] mentir según una convención establecida”

Tendremos que asumir con humildad que no existe una interpretación única y última que oficie de verdad absoluta, y esto porque el lenguaje no es unívoco, sino equívoco, y la multiplicidad de sentidos tiene validez. Pero advierte Nietzsche, que quien conoce es un intérprete histórico, y como tal crea verdades posibles, ninguna de las cuales tiene que entrañar la universalidad. Por lo tanto, conocer en tanto construcción interpretativa es siempre un acto de violencia, pues se irrumpe en el otro sin su consentimiento. Dado que conocer es interpretar, trazar una perspectiva, ésta deviene y por lo tanto, todo intento de fijarla, es ya de algún modo violentar en el otro. Pero esta violencia, al menos, se sabe a sí misma, a diferencia de la violencia de esos edificios dogmaticos creados por la metafísica. Asimismo, si el conocimiento es interpretación ¿habría límites para toda interpretación? Para Foucault “la interpretación se encuentra ante la obligación de interpretarse ella misma al infinito”. Podríamos considerar que desde las prácticas políticas, parece ser la democracia la perspectiva en la cual la mayoría se siente perteneciente a una interpretación del mundo en común, de lo contrario, se está situado en una minoría y como tal, ésta no desaparece pero sí pierde fuerza convocante. Es por eso que los consensos se tornan necesarios.

 

Espíritu libre

El hombre que no quiera pertenecer a la masa únicamente necesita dejar de mostrarse acomodaticio consigo mismo; seguir su propia conciencia que le grita: ¡Sé tú mismo! Tú no eres eso que ahora haces, piensas, deseas.

Nietzsche, De Schopenhauer como educador (1874)

Se hallan muy lejos de ser espíritus libres: pues creen todavía en la verdad.

Nietzsche, La genealogía de la moral (1887)

La buena nueva para Nietzsche es el principio dionisiaco de la vida que expresa el verdadero fondo de la realidad, la exaltación de las pasiones, la embriaguez y la vida misma. Porque antes de asumir una mirada metafísica, es preferible construir el espíritu libre y retirarse a la soledad elegida. En este sentido Nietzsche es un aristócrata, alguien con dureza espiritual, no es un filósofo que se abdica ante las ideas o posturas filosóficas dominantes, no cede ante la mayoría, más aun, rechaza a las mayorías ilustradas del siglo XVIII que en nombre de los derechos humanos universales, terminen por igualar a todos los hombres. Y esta igualdad no implica nivelación sino justicia. Ésta cuida pero sin resignar la singularidad que cada uno ha hecho de sí mismo. Un espíritu libre desprecia ser engañado por las promesas modernas de una sociedad universalmente feliz. Por lo tanto, siguiendo la perspectiva nietzscheana, en la medida que estos derechos se tornen universales y pasen a ser tratados como fundamentos últimos detrás de los cuales los sujetos marchen como un rebaño, es necesario un espíritu libre, una voluntad de poder que sospeche hasta la exacerbación de toda propuesta que iguala lo que la vida insiste en mostrar como único y exclusivo. Todo espíritu libre agudiza la perspicacia y cuida del pensamiento crítico. El rebaño es una tentación peligrosa si por ello entendemos, la tendencia a disciplinarse y renunciar a pensar por sí mismos. Es contra esta nivelación que ha de combatir el filósofo del mal:

«Observa el rebaño que ante ti desfila apacentándose: no sabe lo que es ayer ni lo que es hoy, corre de un lado a otro, come, descansa, hace la digestión, vuelve a correr, y así de la mañana a la noche, día tras día, atado a muy poca distancia con su placer y desplacer a la estaca del momento y, por ello, sin melancolía ni hastío. Ver esto le resulta duro al hombre porque ante el animal se jacta de su humanidad y, sin embargo, mira envidioso su felicidad — pues lo único que quiere es vivir de igual modo que el animal, sin hastío ni dolores, pero lo quiere en vano porque no lo quiere como el animal”. Nietzsche, De la utilidad y los inconvenientes de la Historia para la vida (1874)

Dice Benjamín que en uno de los pasajes más poderosos de los Pensamientos, Pascal se hace portavoz del sentir de su época con la siguiente reflexión:

«El alma no encuentra en sí nada que la satisfaga. Cuando piensa en sí misma, no hay nada que no la aflija. Esto la obliga a salir fuera de sí, tratando de perder el recuerdo de su estado verdadero mediante la aplicación a las cosas exteriores. Su alegría consiste en este olvido, y basta para que se sienta miserable, obligarla a verse y a estar consigo misma. […] ¿Es que la dignidad real no es suficientemente elevada por sí misma para aquel que la posee que baste para hacerle feliz sin más que pensar en lo que es? ¿Habrá que distraerle de este pensamiento como al vulgo? Se comprende que hagamos feliz a un hombre distrayéndole de sus contrariedades domésticas para llenar todos sus pensamientos con la idea de bailar debidamente».

 

¿Por qué leer a Nietzsche?

Lo que el corruptor del gusto nos propone, consta de advertirnos de no caer en dogmatismos que hacen a la interpretación metafísica del mundo. El peligro, dice, es el eterno retorno de lo mismo, que en nuevas vueltas del espiral histórico el sujeto busque ante la incertidumbre nuevos dioses, sean la razón científica o la tecnología. Pero Nietzsche vio que en ese mundo que regresa, ese eterno retorno, ese girar de los eones, de los deseos, de los impulsos humanos, todo ese cosmos que gira, él lo vio como algo positivo, como algo de lo que podemos ir obteniendo, una superación y una exaltación personal. Sucintamente, es necesaria la duda, porque las cosas no son tal como aparecen. Hay que reaccionar contra el racionalismo apolíneo, el idealismo platónico, la absolutización de la ciencia y la religión como única forma de ver el mundo. Por lo tanto, se hace necesaria la exaltación de la vida, el devenir de la voluntad de poder, el sentido biográfico como forma de entender al hombre y su crítica de los productos culturales como encubridores del verdadero ser del hombre.