Esto no es un texto (I)

¿A qué nos enfrentamos cuando leemos? ¿Discursos? ¿Nombres? ¿Puñados de palabras? ¿Un puzle?

Para ordenarnos vayamos a las bases:

La palabra texto deriva del latín “textus”, que quiere decir tejido. Así podemos decir que texto es un tejido de cosas, ideas, palabras. Y como todo tejido, cada elemento no puede ser tomado por aislado, dado que uno depende del otro, por lo tanto, el texto es una estructura integral de significación.

La lectura, como cualquier actividad recreativa que requiere cierta abstracción y esfuerzo intelectual, puede ser considerada un arte. Leer es una técnica que se perfecciona a través de los años. Elegimos nuestra lectura, nos preparamos mentalmente, construimos un ambiente en el que podamos desarrollar esta actividad sintiéndonos cómodos; hay personas que prefieren lugares silenciosos con lámparas, otros prefieren lugares como plazas y jardines, en donde las letras se mezclan con la risa de los niños o el sonido de los pájaros. También hay quienes eligen los ómnibus. En fin, mil sitios en los que leer dependiendo del lector y del texto en sí. Estamos nosotros y esa suma de letras que nos dicen cosas. Vamos construyendo a través de la interacción del pensamiento y el lenguaje una realidad. Una realidad creada a partir de los elementos que la representan que, por lo tanto, no es exacta. Por ejemplo, yo leo la palabra perro y la representación en mi mente es la imagen de un boxer, pero la de aquel puede ser la imagen de un caniche. Entonces, ¿quién está más cerca de lo que dice el autor?

El problema de la representación de un algo, sea una realidad o una invención, no pasa solo en los textos, sino también en el habla. Los grandes conflictos en la comunicación surgen por interpretaciones erróneas. Quizá el emisor del mensaje (autor) usó los símbolos precisos para representar eso que quería, sin embargo, el receptor (lector) lo entendió de otra forma.

Tenemos el caso del clásico de Kafka con el personaje Gregorio Samsa y su transformación. Podemos creer que el tipo se convirtió en una cucaracha voladora, leer y releer el texto y convencernos aún más. Hay personas que abrazan fervientemente la idea de que se transformó en un escarabajo, mientras hay otras que tienen teorías sobre que podría ser un grillo. Entonces, ¿qué era el pobre Gregorio? Parece que lo que sea que fue ya no depende de la información brindada, sino de nuestra forma de verlo.

A través de los años se han elaborado distintas teorías literarias sobre las formas de abordaje de los textos. Una de las que hace principal hincapié en el modo de recepción de los lectores es la Estética de la recepción. Esta teoría sostiene que hay una suerte de negociación entre el escritor y el lector para llegar a un significado. Como dijimos anteriormente: una obra no siempre es interpretada con las mismas motivaciones por las que fue escrita. La Estética de la recepción nos dice que cada obra depende de cada lector, ya que este le da su significado dependiendo de su sentir, sus conocimientos y sus experiencias.

¿Será que la mayoría creemos que Gregorio era una cucaracha por la repulsión que nos generan estos insectos?

Hans-Robert Jauss

Jauss, filólogo estudioso de las literaturas alemanas y románicas, fue uno de los principales exponentes de la Estética de la recepción. Entre sus teorías plantea que en el momento en el que nos enfrentamos a un texto lo hacemos mediante un sistema referencial de expectativas, que él denomina “Horizonte de expectativas”.

Este horizonte es el conocimiento del lector del mundo y todo lo que lo rodea, incluyendo su entendimiento de textos anteriores al que está por leer (que pueden ser o no del mismo autor). Como lectores situamos cada texto dentro de lo que conocemos, en el marco del «Horizonte de expectativas». Estas expectativas cambian a medida que pasa el tiempo, es decir, no es lo mismo leer El Lazarillo de Tormes hoy que leerlo hace cuatrocientos años. Las obras entonces, no serían atemporales como muchos autores nos invitan a creer; la obra es otra a través del tiempo.

Mediante esta idea podemos decir que cuando nos disponemos a leer estamos condicionados, ya sea por otras lecturas, por nuestras circunstancias o ideas sobre el autor, pero también el escritor está condicionado cuando crea: él se está dirigiendo hacia un determinado lector (podríamos llamar ideal) y espera recibir X respuesta de él. Nos encontramos de esta forma ante dos «Horizontes de expectativas»: el horizonte del lector (de cómo percibe la obra de acuerdo a su vida) y el horizonte del autor (de cómo espera que la obra sea recibida).

Los textos, más allá de la abstracción que requieren algunos, son parte del mundo que habitamos y esto demuestra que hay una relación más fuerte de lo que se piensa entre literatura y sociedad. La función de la literatura no es solo producir una imagen, sino un efecto, siempre tomando en cuenta el «Horizonte de expectativas» de los posibles lectores (una tarea no muy sencilla). La literatura, por lo tanto, tiene una función social que determinará el comportamiento de los lectores.

La obra en sí misma (y esto vale tanto para textos como para cualquier clase de expresión artística) según esta teoría, se termina de conformar como tal en el encuentro entre el lector y la obra, cuando se vinculan la poiesis (producción) y la aisthesis (recepción), resultando en un mensaje que dependerá de las diferentes interpretaciones. La obra no es la cosa a contemplar o analizar, sino que es algo en potencia, un objeto virtual con posibilidades de concretarse a través de un lector u observador.

El texto se constituye cuando se lee y por eso no debe decirlo todo. Según Iser, otro de los referentes de la Estética de la recepción, una obra debe dar también la posibilidad de crear, debe tener una suerte de espacios en blanco previstos por el autor para que el lector “rellene”. Esto permite que el texto se despliegue en múltiples potencialidades, haciéndolo inagotable. Cuidado: es aquí donde debemos marcar la gran diferencia entre el arte visual y el escrito; la obra es inagotable cuando deja fluir a la visión imaginaria, que no es lo mismo que la visión óptica. Una cosa es lo que ven mis ojos, otra cosa es la imagen que crea mi cabeza.

Iser

El texto es un conjunto de señales e indicaciones para poder imaginar, cargado de normas históricas, sociales y contemporáneas. En el caso de las obras visuales todo es más explícito, cabe imaginar de acuerdo a una imagen preestablecida, aunque no siempre esta imagen sea una copia fiel de la representación del mundo.

Con la música sucede lo mismo que con el texto. Pongamos el caso de la canción “Los Dinosaurios” de Charly García, que trata a través de metáforas de la desaparición de una sociedad. Como fue publicada a finales de la dictadura militar en Argentina, se asoció la letra con una crítica al poder y al terrorismo de estado, que brindaba homenaje a los desaparecidos en aquella época. Charly negó siempre haber escrito esa canción con las intenciones que se le atribuían, pero luego dijo que las personas podían interpretar sus canciones como quisieran, y que el sentido que se le dio a esa canción en particular fue el mejor que se le podía haber dado.

No sabemos si Charly nos mintió a todos o qué -¿por qué lo haría?- pero este hecho nos muestra una vez más cómo varía un significado dependiendo del momento de la recepción.

Si el lenguaje no es fiel al mundo y aunque lo fuese, las personas interpretarán lo que lean dependiendo de sus circunstancias, ¿qué recibe el receptor efectivamente en diferentes momentos y lugares?

La obra en su concepción primaria fue creada para un determinado público en un determinado tiempo y lugar. ¿Cómo podemos entonces, en nuestra época sin fronteras ni relojes, leer textos traducidos en veinte idiomas y darle el significado correcto? Y aquí debemos preguntarnos ¿existe un significado correcto?

Seguramente ni Petrarca ni Shakespeare pensaron en escribir para ninguno de nosotros, pero acá estamos, leyéndolos. Ya no sucede lo mismo con autores contemporáneos como Isabel Allende y Milan Kundera, que conocen la situación actual de la industria de libros y manejan ciertos códigos para que sus novelas sean válidas en culturas y condiciones muy diferentes de las que fueron creadas. ¿Por qué los primeros siguen siendo válidos? ¿Vendrán desde una literatura más “pura”, universal de significados?

Umberto_Eco

La globalización y la multiplicación del texto a nivel virtual revelan una vez más que es imposible una sola lectura de la obra y confirman la teoría de la Estética de la recepción en la que el objeto estético para cerrarse y cobrar sentido debe permanecer abierto. Así lo expone también Umberto Eco en su libro Obra abierta. En él sostiene que la obra se hace en su interpretación, no en su creación. La poética de la obra abierta promueve la actividad del lector, él debe cooperar para poder cerrar la obra. Cuando nos enfrentamos a un texto se genera una guerrilla semiológica; se cruzan interpretaciones, miradas y creencias sobre lo que «se supone que nos dice» eso. Para el autor hay que agudizar el sentido crítico y desmantelar las lecturas dominantes.

Nuestros ejemplos de la cucaracha y la crítica a la dictadura militar son las formas de interpretación más comunes. Eco está en contra de esta clase de interpretaciones que responden según él a convencionalismos sociales: es más fácil creer que X lectura es más correcta que otra, ya que la mayoría lo interpreta así.

Tanto el concepto de Obra abierta, como el de la Estética de la recepción, manejan una libertad de sentir y aprehender típica y necesaria para nuestra época; somos tantos y vemos tan distinto las cosas, ¿por qué les daríamos una única lectura?

Y es de esta forma es como nos precipitamos sin querer hacia el abismo del relativismo y la sobreinterpretación. Pero de esto nos vamos a encargar otro día.