Lautréamont: ese extraño demonio que anduvo entre nosotros…

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I

Por desafiar al creador, el ángel sufrió la caída. La expulsión de los confines celestiales lo relegaron a reproducir la eternidad desde lo mejor que sabía, la furia, la desolación y el tormento.

Pero la invocación al mal, la reproducción del odio  y el embellecimiento de la muerte no nacieron por sí solas. Alguna vez estuvieron precedidas por la bondad, el equilibrio y el bienestar de un tiempo pretérito y lejano en donde al parecer, supo existir lo que se ha llamado felicidad, esto es, la placidez y la despreocupación de la existencia atemporal.

La maldad surgió después, con el reconocimiento de sí mismo, con un estado  de conciencia que tomó contacto con la existencia y con la percepción del entorno, de la realidad.

¿Podrá algún día volver a las alturas y conquistar los cielos?

II

“No es conveniente que todo el mundo lea estas páginas; sólo unos pocos saborearán sin riesgos esta fruta amarga. Por lo tanto, alma tímida, antes de adentrarte en semejantes landas inexploradas, dirige tus talones hacia atrás y no hacia adelante. Escucha bien lo que te digo: dirige tus talones hacia atrás y no hacia adelante, como los ojos del hijo que abandona respetuosamente la contemplación augusta de la faz materna; o, más bien, como una formación de grullas friolentas y meditabundas que, durante el invierno, vuela poderosamente a través del silencio a toda vela, hacia un punto determinado del horizonte de donde surge, repentinamente, un viento extraño y fuerte precursor de la tempestad.” [Lautréamont “Los Cantos de Maldoror” Canto I]

 

III

El tiempo histórico es el del pecado, y el arcángel expulsado tiene la ardua tarea de pervertir pero también de ajusticiar.

El ser humano es una especie innecesaria, que no es digna de existir. Basta concebirla para provocar la repulsión del demonio que observa e interviene elaborando el fracaso del plan divino.

Los caídos del cielo son los que han descubierto los secretos del mal. Ellos lo practican descaradamente, con una finalidad destructiva. Pero ¿de dónde proviene el mal?

“Hay quienes escriben para buscar los aplausos humanos mediante nobles cualidades del corazón que la imaginación inventa o que pueden tener. ¡Yo utilizo mi genio para describir las delicias de la crueldad!

Delicias no pasajeras, artificiales; pero que empezaron con el hombre y terminarán con él. ¿No puede acaso, el genio aliarse con la crueldad en las resoluciones secretas de la Providencia? ¿O cruel, por el mero hecho de serlo, no puede tener genio? Mis palabras lo demostrarán; sólo de vosotros depende que me escuchéis, si así os place… Perdón, me pareció que se me había erizado el cabello; pero no es nada porque, con la mano, logré fácilmente devolverlo a su primera posición” [Canto I]

 

IV

Apenas hay rastros de la vida de Isidore Lucien Ducasse, el Conde de Lautréamont.

Los registros establecen que nació en Montevideo un 4 de abril de 1846, y que murió en París, tan sólo veinticuatro años después.

Hijo de un diplomático francés, su vida se inició accidentalmente en estas tierras lejanas del sur, en una entonces joven República Oriental que se encontraba bajo los vaivenes de la Guerra Grande, en una ciudad sitiada donde convivían europeos y criollos luchando por la defensa.

Su madre murió cuando todavía no había cumplido los dos años, y también se sabe que en su niñez alternó la estadía con algún viaje a Francia, en donde recibió educación.

Datos, datos y datos que en muchos casos son difíciles de poder establecer con seguridad. La vida de Isidore está repleta de esas lagunas biográficas. Aún cuando desde hace mucho el mundo académico, periodístico y artístico han hecho incontables esfuerzos por reconstruir su vida, no es posible establecer certezas sobre lo medular de su existencia.

En 1867 es probable que estando en Montevideo, haya comenzado a escribir el primer canto de Maldoror. Al año siguiente se publicaron algunos ejemplares. Pero “Los Cantos de Maldoror” tal como se conocen hoy en día, es decir, los seis cantos, fueron publicados por primera vez en Bélgica en 1869. En su momento, los editores y libreros se negaron a distribuir y vender el libro, temerosos de ser reprendidos por difundir una obra que fue tildada por entonces, de maléfica, obscena y de poco valor literario. La primera edición tuvo un tiraje de diez ejemplares. Isidore Ducasse murió en 1870 a la edad de veinticuatro años.

 

V

“Durante toda mi vida he visto cómo, sin excepción, los hombres de estrechas espaldas embrutecían a sus semejantes y pervertían las almas por todos los medios. Dan un nombre a los motivos de sus acciones: la gloria. Ante la vista de semejantes espectáculos, quise reír como los demás; pero esa extraña imitación me resultaba imposible. Tomé un cortaplumas de acerado filo y me hendí la carne en los lugares donde se unen los labios. Por un instante, creí que había alcanzado la meta. ¡Miré en un espejo la imagen de aquella boca mutilada por mi propia voluntad! ¡Era un error! La sangre que corría abundantemente de las dos heridas no dejaba distinguir, por otra parte, si era aquella la risa de los demás.” [Canto I]

 

VI

No hubo un criterio único en el autor. Los cantos son distintos unos a otros. Incluso, algún desprevenido podría pensar (como suele suceder en muchos escritores) que la obra fue escrita a lo largo de mucho tiempo. Pero al contrario, todo se redujo a no más de dos años, y la disparidad del estilo literario entre los primeros cantos y los últimos le dan al lector la sensación de una producción algo caótica, de parte de un autor embelesado y alienado a un estado espiritual fulgurante y destructivo a la vez. La vertiginosa carrera que se desata en el libro es la emancipación de Lautréamont por redimirse de sí mismo. Pactar de ante mano por escrito, una salida final. Ese desorden en la obra, implica aún dentro de los cantos, momentos donde hay diálogos, y otros donde la trama es profundamente descriptiva. Hay fuertes momentos poéticos y otros donde la novela de folletín abunda. Pensado quizá para su publicación por separado (como era normal por entonces), el caos es determinante en la estructura del libro.

Hay quienes dijeron que esto fue ex profeso. Los surrealistas que recuperaron a Lautréamont en el siglo XX, así lo vieron, e incluso consideraron al libro como el documento fundacional del movimiento literario. Diversos pintores expresaron algunos momentos de la obra, en donde traspasaron la realidad y la ficción del letargo onírico de sus páginas a imágenes que cobraron nueva vida, formas y colores.

 

VII

La metamorfosis de los personajes y las incalculables posibilidades que tienen para reproducir la existencia, tienen que ver con la voluntad de los seres. Son pequeños algunas veces, pero en otras, son extremadamente gigantes. Hay hermafroditas, mitad hombres y mitad animales, insectos, especímenes marinos y de extrañas ascendencias mitológicas. Todos interactúan con Maldoror. Todos dialogan con el demonio que busca consuelo.

La vida es ese delicado hilo que pende en nombre de un falso equilibrio, sin propósito alguno. Más bien, la maldad pulula en esa especie humana corrupta.

 

VIII

“Es necesario dejarse crecer las uñas durante quince días. ¡Ah, qué hermoso es arrancar de la cama, súbitamente, a un niño con el labio superior aún sin vello y, con los ojos muy abiertos, simular una suave caricia sobre la frene para echarle los hermosos cabellos hacia atrás! Luego repentinamente, cuando menos se lo espera, hundirle las largas uñas en el blando pecho; pero que no muera, porque si muriese, no tendríamos más tarde el aspecto de sus miserias. En seguida, se le bebe la sangre y se le lamen las heridas; durante todo este tiempo, que debería durar tanto como la eternidad, el niño llora.”  [Canto I]

 

IX

¿Maldoror? ¿La aurora del mal? ¿Qué será este discurso que tantos han buscado interpretar…? ¿Cuál fue su cometido?

La maldad es algo que se ejercita. Maldoror se piensa como artífice del dolor, o tal vez, como aquel que se lo extrae a su víctima, apropiándose así de su ser completo; pero no es exactamente un poseedor nato de las fuerzas oscuras. En el fondo, es un ser aterrado ante la oscuridad que concibe a su alrededor. En su profundo interior hay un deber moral que no está del todo definido. No hay exactitud sobre la salvación humana como algo viable o su completa perdición.

Hay un deber moral en Maldoror. Hay una concepción purista y diáfana de lo que algún día fue de todos y ha sido ultrajado. Hay una añoranza de lo perfecto, de lo que es digno de no ser tocado; de alguna criatura celestial que no conoce más que la bondad; de ese territorio iluminado por el creador; del lugar primero que todos extrañamos; del paraíso perdido.

 

X

“Hice un pacto con la prostitución para sembrar el desorden en las familias.”

 

XI

Ni siquiera hay tumba del Conde de Lautréamont. Sus restos se perdieron para siempre en el cementerio parisiense del barrio de Montmartre. Apenas un par de fotografías han inmortalizado una mirada perdida y un cuerpo distante. Además de los “Cantos”, se conservan de Lautréamont un conjunto de poesías sueltas y algunas cartas. La obra escasa obedece a su juventud y su muerte prematura, pero además a una decisión premeditada. “No dejaré memorias” supo escribir como sí ese puñado de páginas que le sobrevivieron, resultaran suficientes como para inmortalizar más que su vida, la sombra de quien representó entre sus contemporáneos, como una figura apenas perceptible.

 

XII

“La melancolía y la tristeza son ya el comienzo de la duda; la duda, el comienzo de la desesperación; la desesperación, el comienzo cruel de los diversos grados de la maldad” [Poesía]

 

XIII

Pese a que Lautréamont diga lo contrario, hay esperanza en Maldoror, o al revés (lo que de alguna forma puede ser lo mismo); hay en Maldoror un destello de ilusión que busca de manera implacable la salvación de su espíritu. La idea de poder lograrlo desvela a ambos, en ese desdoblamiento infernal entre el autor y su artificio. Maldoror no traiciona a su mentor pero lo provoca. Hay un punto en que ambos son víctimas. Poseídos por lo que no quieren decir o hacer, son prisioneros de fuerzas exteriores que imponen un devenir inevitable. Pero siempre profesa, nunca se deja de creer.

 

XIV

“Hay horas de la vida que el hombre, de cabellera piojosa, lanza miradas fijas y salvajes hacia las membranas verdes del espacio, porque cree oir delante de él los aullidos irónicos de un fantasma. Se bambolea e inclina la cabeza: lo que ha oído, es la voz de la conciencia. Entonces, huye de su casa como un loco, toma la primera dirección que se ofrece a su estupor y devora las llanuras rugosas del campo. Pero el fantasma amarillo no le pierde de vista y lo persigue con igual velocidad. A veces, en una noche de tormenta, mientras las legiones de pulpos alados planean por encima de las nubes y se dirigen vigorosamente hacia las ciudades de los humanos, para advertirles que deben cambiar de conducta, la piedra, de ojo sombrío, ve pasar dos seres a la luz del relámpago, uno detrás del otro; se enjuga una furtiva lágrima de compasión que escapa de su párpado helado y exclama: ‘Sin duda, lo merece y es justicia’” [Canto II]

 

XV

Para Maldoror, Dios es responsable del origen del mal y los humanos son una cruel expresión de aquello. Sin embargo, el discurso de Lautréamont es el mismo que invoca la salvación al final de los tiempos.

Los estudiosos del autor han encontrado pasajes enteros que recopilan los textos del Apocalipsis bíblico. El pensamiento redunda a través de la poesía y la literatura en la simbología escatológica de un relato que alberga de forma a priori, las certezas del final de los tiempos. A este hijo de la Francia revolucionaria e ilustrada, lo convoca el pensamiento que proviene de la razón, la idea del progreso y la modernidad, y por otra parte, la crisis espiritual por anticipado, del derrumbe  de las causas últimas de la sociedad occidental.

 

XVI

“Estoy sucio. Me comen los piojos. Los cerdos vomitan al verme. Las costras y las escaras de la lepra me han escamado la piel, cubierta de un pus amarillento.

No conozco el agua de los ríos, ni el rocío de las nubes.

En la nuca, como si fuera un estercolero, me ha crecido un enorme hongo, de pedúnculos umbelíferos.

Estoy sentado en un mueble informe y no he movido un solo miembro desde hace cuatro siglos. Mis pies han echado raíces en el suelo y componen, hasta la altura de mi vientre, una suerte de vegetación viva, cubierta de innobles parásitos, que aún no se vincula con la planta, pero que ya no es carne. Sin embargo, mi corazón late.” [Canto IV]

 

XVII

Al parecer, Lautréamont fue un ávido lector. Sus cartas y poesías así lo demuestran. A lo largo de sus páginas, innumerables autores surgen desde la usina de aforismos, sentencias e interpelaciones a Dios, al Hombre, a la literatura y la poesía, a los escritores antiguos y modernos, y a él mismo. Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Chales Baudelaire, pero también Lord Byron, Goethe, Milton, Racine, Spinoza, Aristóteles, Dickens, etc. etc. acuden a la tribuna a escucharlo vociferar desde el púlpito imaginario desde donde Lautréamont interroga, blasfema, castiga y absuelve a la humanidad.

 

XVIII

“¡Me di cuenta que tenía un solo ojo, en medio de la frente! ¡Oh, espejos de plata, incrustados en las paredes de los vestíbulos, cuán útiles me habéis resultado con vuestro poder reflector! Desde el día en que un gato de Angora me saltó bruscamente sobre la espalda y me royó, durante una hora, la eminencia parietal, como un trépano perfora el cráneo, porque había hecho hervir a sus hijos en una cuba llena de alcohol, no he dejado de lanzar contra mí mismo las flechas de los tormentos.” [Canto VI]

 

XIX

 Imagine el lector que habrá sentido André Bretón al leer la famosa frase de los “Cantos de Maldoror” que dice: “bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas” [Canto VI]

La escritura automática como método, la libre asociación de ideas, o la apelación al mundo de los ensueños o el velo del subconsciente, todo ello fluyendo en el texto de manera válida y sin tapujos. Lautréamont es un precursor exponente de algo utilizado hasta el hartazgo por muchos de los movimientos literarios que se autodenominaron vanguardias desde principios del siglo XX. Tanto Bretón como Ernst, teóricos del surrealismo, ubicaron en aquella frase de Maldoror, el inicio de una nueva percepción compositiva. Un nuevo cuerpo literario compuesto por objetos o componentes en apariencia disímiles, pero que juntos en una situación precisa, adquieren una utilidad común.

 

XX

“El final del siglo diecinueve verá a su poeta (sin embargo, en sus comienzos, no se iniciará con una obra de arte, sino que seguirá la ley de la naturaleza); nació en las orillas americanas, en la desembocadura del Río de la Plata, donde dos pueblos otrora rivales, buscan superarse, ahora, mediante el progreso material y moral. Buenos Aires, la reina del Sur, y Montevideo, la coqueta, se tienden una mano amiga a través de las aguas argentinas del gran estuario. Pero la guerra eterna ha implantado su imperio destructor en las campañas y cosecha alegremente numerosas víctimas. Adiós, anciano, y piensa en mí, si me has leído. Tú, joven, no te desesperes, porque tienes un amigo en el vampiro, a pesar de tu opinión en sentido contrario. ¡Y si consideramos al acarus sarcopte que produce la sarna, tendrás dos amigos! [Canto I]