El tiempo detenido en un parpadeo

Hay dos búsquedas que en la historia de la fotografía se han dado de manera simultánea; ambas seguramente han partido de lugares distintos, pero el tiempo quiso que en buena medida convergieran en los mismos intereses y en las mismas búsquedas artísticas.

La primera, el perfeccionamiento de lo estético. La fotografía nació para retratar a la gente y para perpetuar al paisaje; su objetivo: inmortalizar un momento. Y ese instante rescatado, arrebatado al transcurso del tiempo, es, hasta hoy en día, su logro superlativo por excelencia.

El rescatar un suspiro de tiempo transcurrido es antes que nada, apropiarse de ese segundo acontecido, que queda detenido para siempre; es en definitiva, una pequeña victoria frente al inevitable devenir temporal.

En pocas palabras, fotografiar, es inmortalizar un relámpago del mismísimo tiempo que transcurre. Y cuando el Hombre logró esta pequeña victoria frente a la inevitabilidad del fluir histórico fue entonces cuando pretendió agregarle la cuota de perfeccionamiento. No sólo fue posible retratar al tiempo, sino que fue también posible acomodarlo a un mejor gusto.

Las pretensiones artísticas no faltaron, y fue cuando la fotografía además de inmortalizar la realidad, comenzó a servirse de ella para alterarla, para combinarla con otros mensajes externos a ella, para sobrecargarla de simbolismos y metáforas, para construirla, reconstruirla y finalmente para deconstruirla y/o ¿destruirla?

Sirvió de plataforma para diversas expresiones vanguardistas sobre la percepción de un objeto, para retratarlo como tal, pero también para presentar diversas alteraciones del mismo. El cuerpo humano, por ejemplo, epicentro por otra parte de toda la historia de la fotografía, comenzó a ser un nuevo texto representado fotográficamente. Avanzado el siglo XX ese cuerpo como objeto terminó desfigurado como en tantas otras expresiones artísticas.

De modo que la naturaleza humana a través de la fotografía como en tantos otros soportes de representación, ha sido perfectible y destruida con el afán de buscar una nueva óptica, una nueva percepción de una realidad que muchas veces suele ser la objetivación de un objeto intervenido, o la subjetivación elaborada en un momento dado.

La otra rama de la fotografía que se desarrolló en paralelo, fue sin lugar a duda la de atrapar al tiempo distraído. Retratar la cotidianidad del sujeto; la cotidianidad como ese estado temporal omitido, desvalorado, ninguneado. Lo habitual está a la vista de todos los ojos, pero es poco perceptible si no se le presta atención, pues, lo habitual o lo frecuente está siempre presente, y eso, en principio, puede desinteresar a un artista, a un fotógrafo, a un inmortalizador de lo temporal.

Al tiempo hay que robarle lo más valioso, y entre lo cotidiano y lo excepcional se bate la expresión de quien ejecuta el instrumento, para cualificar una imagen que sobreviva para siempre.

Para muchos fotografiar es retratar esa reiteración del fluir temporal. Así fue que aparecieron los desconocidos, los sin nombre, los anónimos; los que siempre estuvieron y casi nunca aparecieron.

Esa fotografía  se enfocó en el individuo como tal pero sin pretensiones, sin poses, sin búsquedas solemnes en apariencia; y por lo general, los anónimos pertenecen a la naturaleza total; están individualizados pero sumergidos en el entorno, en el paisaje, sea urbano o sea rural.

A esto hay que agregarle un último aspecto: este individuo representado puede diluirse en un cuerpo más indeterminado, un cuerpo social: la masa o la muchedumbre.

Esta manera de representar un absoluto de manera caótica e indeterminada, también fue objeto de la fotografía a lo largo del siglo XX.

Lo que viene a continuación es apenas una presentación limitada de algunos nombres que se destacaron en estas búsquedas; un breve repaso de algunas trayectorias; una lista incompleta. Apenas, una selección de fotógrafos cuyo criterio para comentarlos fue únicamente el de un gusto personal, y por qué no, un ejercicio sincera y deliberadamente arbitrario.

Man Ray (1890-1976)

Norteamericano y referente como pocos del arte de la primera mitad del siglo XX, estuvo vinculado a cuanta expresión vanguardista se consumara por entonces. Su labor más importante se ubica en la Europa del período de entreguerras, en donde supo formar parte de los movimientos de Dadá y el Surrealismo.

Por aquel entonces, París como epicentro histórico de los movimientos artísticos y literarios, hacían ver a Nueva York como una ciudad recién iniciada en las rupturas estéticas, y por ello, buena parte del trabajo de Man Ray se consumó en Francia.

Artista versátil, cubrió diversos campos de la producción artística, aunque siempre tuvo a la fotografía como su principal actividad de expresión.

Su sesión de fotos a Kiki de Montparnasse (modelo icónica, cantante y actriz francesa de la época) dejó como resultado la imagen del siempre recordado Le violon d’Ingres (El violín de Ingres) de 1924.

Pero además de cuerpos desnudos y sensualidad femenina, Man Ray incursionó en otros campos de la fotografía. Sus experimentos con rayogramas (photogrammes) con los cuales fue pionero en una nueva manera de entender la construcción artificial de imágenes al servicio de la producción artística, fueron fuente novedosa para entender las variables vanguardistas de principios del siglo XX.

Además, la elaboración de ready-mades junto a Marcel Duchamp, permitieron no solamente la elaboración de “naturalezas muertas” con objetos dispares (típica práctica utilizada por dadaístas) sino que la fotografía misma de estos objetos construidos, también se convirtió en un objeto de arte. Destacan por ejemplo Objet to be destroyed (Objeto para ser destruido) de 1923, aunque luego se transformó en el “Objeto indestructible” de 1963; y L’Enigme d’Isidore Ducasse (1920).

1) MAN RAY. Le violon d’Ingres. 1924

Henry Cartier-Bresson (1908-2004)

Considerado como uno entre tantos iniciadores del periodismo fotográfico, este francés alternó entre el fotoperiodismo y otras inquietudes vinculadas a lo artístico plasmado en imágenes. Sus fotografías comprendieron grandes personalidades políticas y culturales del momento, y además, la incursión en toda una antropología urbana de desconocidos modelos que sirvieron para transmitir diversas miradas de lo humano.

Cartier-Bresson es un gran cazador de momentos. Sus fotografías recogen en una instantánea, un segundo mágico, un instante distinto de un acontecer reiterado y poco percibido; o también podría decirse que Cartier fotografió la inmortalización de un momento que puede perderse para siempre, y que su captura no es más que lograr satisfactoriamente la perpetuación de un momento deseado, la construcción de un momento perfecto.

FRANCE. Paris. Place de l'Europe. Gare Saint Lazare. 1932.
FRANCE. Paris. Place de l’Europe. Gare Saint Lazare. 1932.

André Kertész (1894-1985)

Fotografía social. Sencillo, sin muchos aspavientos y para nada pretencioso en la búsqueda de la imagen perfecta, construyó su propio estilo por el que se distinguió de otros, teniendo a la figura humana lisa y sencilla en el centro de su universo fotográfico.

No obstante, también hubo experimentos con la figura humana, y en uno de sus varios y distintos periodos de producción, buscó deformarla hasta las últimas consecuencias, para luego olvidar aquel ejercicio de mujeres desnudas y difusas (extrañas visitantes oníricas) y recuperar la calma de los cuerpos ordenados y pasibles de ser detectados.

Huyó del comunismo de su Hungría y a lo largo de la primera mitad del siglo XX se lanzó hacia el reconocimiento continental, viajando por Francia, donde no faltaron los contactos con las vanguardias artísticas (Dadá), para terminar en EEUU sobre mediados de la década del 30’.

3. ANDRE KERTÉSZ. Distortion. 1933

 

György Kepes (1906-2001)

No estrictamente proveniente del campo de la fotografía, este húngaro fue un especialista en el campo de las artes visuales en general. Vinculado a vanguardias pictóricas, fue desde pintor impresionista hasta teórico de los nacientes campos experimentales del cine como nuevo universo artístico.

En Alemania formó parte de la troupe de distinguidos integrantes de la Bauhaus, y en su largo camino por Europa, como tantos otros artistas e intelectuales que vivieron el periodo de entreguerras y el desenlace de la Segunda Guerra Mundial con la derrota del nazismo, terminó por instalarse en EEUU.

4. KEPES. Mujer en el cubo. 1930

Eva Besnyö (1910-2002)

Una vez más desde Hungría la vanguardia fotográfica de principios del siglo XX. Eva en realidad formó parte de la denominada “Nueva objetividad”, una de las tantas vanguardias alemanas de la época, que incluyeron a la fotografía y el cine formando parte de la plataforma revolucionaria del arte de los inicios de aquel siglo XX.

Debido a su condición de judía y marxista, debió partir de Alemania a principios de la década del 30’ y terminó residiendo en Holanda hasta el final de su vida.

En Eva, al igual que en otros integrantes de la Nueva Objetividad alemana, hay un intento de recuperar y revalorizar el carácter artesanal de la fotografía, tomando distancia entonces de las búsquedas más vanguardistas de la época.

5. BESNYO. Chico con cello. 1931

 Robert Capa (1913-1954)

Húngaro, corresponsal de guerra y periodista, sin lugar a dudas su nombre quedó inmortalizado en la historia de la fotografía por haber captado una de las imágenes más increíbles del siglo XX, la “Muerte de un miliciano” de 1936.

Capa como fotoperiodista cubrió varios conflictos bélicos de la época, entre ellos el de la Guerra Civil Española. La foto más famosa de aquel conflicto es la instantánea de la muerte de un miliciano anarquista.

Si aquel hecho fue real o fue ficción, es todavía motivo de debate, pero lo cierto es que esa fotografía quedó en el imaginario colectivo de uno de los conflictos más sangrientos del siglo XX, y cuando se lo evoca, entre tantas imágenes posibles que lo reconstruyen, también nos encontramos con la caída de aquel combatiente.

6. ROBERT CAPA. La muerte de un miliciano. 1936

Robert Doisneau (1912-1994)

Las guerras mundiales marcaron profundamente la labor de la fotografía, no sólo aquella practicada desde el periodismo sino también la que buscaba ciertos intereses estéticos y artísticos, de modo que, para la mayoría de los fotógrafos de la primera mitad del siglo XX, como es el caso de Doisneau, fotografiar la realidad no era un ejercicio para retroalimentar el regocijo de saberse vivo o de llegar a mostrar la realidad con una mirada optimista de la existencia humana.

De lo que menos se trataba aún era de representar el hedonismo del cuerpo humano; mostrarlo ligero y en reposo, ubicado en búsqueda de placeres o inmerso en paisajes agradables.

No, definitivamente no. Lejos de lo para entonces podía resultar vacuo o frívolo, lo más interesante de ciertas fotografías de esta época es que, aun tras la muerte del sujeto narcisista, se podía hacer sobrevivir una dolorosa belleza.

Como corresponsal de guerra e incluso como soldado de la resistencia a la ocupación nazi de Francia, Doisneau retrata las zozobras de todo un pueblo que se negó a sumirse en la desgracia, y que por el contrario, emergió de sus cenizas.

7. Robert Doisneau

Sebastiaõ Salgado (1944)

Este brasilero ha adquirido renombre a nivel masivo por sus fotografías documentales vinculadas a las condiciones de vida de pueblos e individuos alrededor del planeta, y por el rescate de sus componentes más tristes y duros que los aquejan.

Salgado retrata con conciencia política denunciando las desigualdades económicas, el hambre, la guerra, la condición de la mujer y del niño, entre tantas otras situaciones y condiciones humanas que hacen que las personas vivan al límite de lo concebido como condición humana.

Su trabajo es por decirlo así, el de una militancia política, donde la percepción artística es una herramienta para manifestar la sensibilidad social.

8. SEBASTIAN SALGADO. Mujer desnutrida. 1985

Annie Leibovitz (1949)

La historia de la fotografía norteamericana es de por sí uno de los capítulos más fascinantes de abordar, desde la época de los daguerrotipos pasando por las expresiones más vanguardistas de principios del siglo XX, y por supuesto, las que abarcaron el fotoperiodismo y la fotografía social y urbana.

Hay allí decenas de nombres, y decenas de fotos icónicas, de esas que todo el mundo reconoce o al menos tiene una mínima referencia.

En este caso, para poder rescatar un nombre entre tantos, prefiero mencionar a Leibovitz, por su estrecho vínculo con el mundo de nuestros días, con la cultura pop y sus estrellas, con íconos del cine y de la música de las últimas décadas, así como también con un particular interés por destacarse en determinados mensajes de género en su trabajo.

Annie es una excelente retratista. Sus trabajos han tenido que ver con incontables nombres de la industria hollywoodense. Delante de su cámara han posado desde Angelina Jolie o Leonardo di Caprio hasta David Bowie o Arnold Schwarzenegger.

Su trabajo es muy cotizado en el ambiente, y sus fotos han sido tapa de prestigiosas revistas o han cubierto el contenido de otras, entre las que se destacan nada más y nada menos que Rolling Stone y Vogue.

Es la responsable de algunas fotografías muy conocidas de John Lennon, a quien retrató en varias oportunidades.

9. Portada de Rolling Stone

 

Robert Mapplethorpe (1946-1989)

Aquí lo que predomina es el blanco y negro; el resto de los colores fueron desterrados para siempre. Además, prevalecen los cuerpos desnudos, sensiblemente pasivos o insinuando una agresividad latente o contenida.

Vinculado desde muy joven a los ambientes pop de los setenta, conoció a Andy Warhol, uno de sus artistas más admirados, y al que por supuesto fotografió varias veces.

Ubicado en el ambiente, se relacionó no sólo con la fotografía, a la que fusionó con otras expresiones plásticas como los collages fotográficos, sino que también aspiró a una carrera como cineasta.

Mapplerthorpe fue un artista del mundo underground e independiente norteamericano. Su obra está comprendida dentro de lo que podríamos calificar de “artista maldito”, no muy reconocido ni en su época ni hoy en día. Y eso seguramente tenga que ver con sus mensajes, sus apuestas simbólicas y sus muestras fotográficas, algunas de las cuales terminaron con escándalos y severas críticas.

Fue incomprendido y acusado por muchos de pornográfico e indecente, en un mundo artístico que en todo caso, hacía rato que por su afán rupturista y experimental, apostaba a ser calificado de pornográfico y mostrarse indecente.

10. ROBERT MAPPLETHORPE.. 1984