El dirigible – Veinte años de un eslabón perdido

Decir “veinte años no es nada” es hacer referencia a una expresión común en el lenguaje cotidiano de los uruguayos.  De reminiscencia tanguera, es una frase que se utiliza de manera recurrente cuando se quiere reflexionar desde un ámbito cotidiano cualquiera, acerca del transcurso del tiempo y el devenir histórico.

La frase es de un poder de síntesis abrumador, porque en realidad es una afirmación enfática que implica la síntesis de un pensamiento sobre múltiples temáticas, pero que generalmente encierra una recapacitación sobre la rapidez del acontecer y de la vida en general y también de la percepción temporal y en retrospectiva con la que se viven ciertos hechos. Pero de cierto modo esta también es una afirmación que aclama que “nosotros”, “los de ahora”, “los del presente”, seguimos siendo “aquellos que fuimos” en el pasado.

Se cumplen veinte años del estreno de El dirigible, una película uruguaya casi que olvidada. Estrenada en 1994, sufrió de una indiferencia total desde los inicios de su proyección. La crítica fue lapidaria y seguramente haya tenido que ver con una cruda realidad de entonces: la del espectador medio uruguayo que no estaba acostumbrado a ver un producto cinematográfico nacional, y que la película en sí misma, si bien era un proyecto con serias intenciones de trascender el ámbito local, era una desmesurada obra experimental, sobrecargada de poética; donde lo simbólico y lo metafórico de la historia dialogan con un pasado incompleto y un presente funesto; donde lo autóctono se entremezcla con lo foráneo; donde lo sencillo algunas veces se mezcla con lo vulgar y a su vez con poderosas imágenes existencialistas.

La mirada oculta de los noventa

Por alguna calle del Montevideo de aquella época y hasta hace algunos años atrás todavía se podía leer en alguna pared de la ciudad, el graffiti Yo entendí el dirigible”.

De cierta forma la película se instaló en la opinión pública de aquella época, y en la memoria colectiva de los uruguayos hoy por hoy, como un filme de trama críptica y casi ininteligible. Al pensar en ella da como una sensación anacrónica. Es como si el cine uruguayo contara por entonces con una reconocida autoridad y un largo prestigio como para despacharse con semejante proyecto; es como si semejante cinta con altas pretensiones líricas (no para cualquier espectador) fuera el resultado de una acumulación histórica de cinematografía nacional y de una tradición cinéfila de larga data. Un “delirio” poético semejante implica la existencia de espectadores preparados para ello, es decir, espectadores lo suficientemente delirantes como para sortear una obra difícil de asimilar por lo intrincados metafóricos que contiene.

Pero no. “El dirigible” no fue ninguna síntesis de ningún proceso de estas características. Por el contrario, cuando se estrenó, poco era el cine uruguayo que se podía ver entonces, y por lo tanto, la película no fue otra cosa que una más de las excéntricas expresiones llevadas a cabo por un artista uruguayo, que inútilmente trataron de seducir a un público no preparado, y con la convicción de que en este país no se hacía ni se haría jamás buen cine.

Por lo tanto, descartado este anacronismo, sobreviene otro: la sensación de que aquel filme fue estrenado a destiempo. Es una sensación que ocurre muchas veces respecto a autores, obras, movimientos, etc., que fueron en su época incomprendidos o resultados de un momento determinado, su obra comenzó a ser reconocida mucho tiempo después, al ser retomada por nuevas generaciones, las cuales realmente asumieron como propio el mensaje ofrecido.

Pero tampoco… El dirigible no marcó ni un antes ni un después en la historia del cine uruguayo, ni fue reconocida a través del tiempo, ni fue apropiada por ninguna generación posterior. En pocas palabras, la película no se adelantó a nada, porque simplemente no había nada.

El dirigible es una película casi que perdida, que ya nadie ve, desmerecida por las mayorías, y atesorada como una película de culto (como pocas en el cine uruguayo) por un puñado de cinéfilos.

El dirigibleLos que se fueron, los que nunca volvieron, los que llegaron…

En realidad la historia principal es bastante sencilla: una extraña y algo oscura periodista francesa (Laura Schneider) llega a Montevideo para investigar la vida de Juan Carlos Onetti, el afamado escritor entonces transformado en leyenda.

Una serie sucesiva de tramas y pequeñas vivencias, aparentemente sin conexión alguna, se van sucediendo a lo largo de la película, todas ellas enmarcadas entre la vida cotidiana y miserable de algunos de los personajes, sumergidos en marginalidad y hasta con ribetes de delincuencia, a su vez mezcladas con otras escenas colmadas de poesía y reflexión intelectual, que retratan a una ciudad gris, hostil y poco esperanzadora para sus habitantes.

Todo esto entrelazado con archivos fílmicos de Onetti fumando y tirado en una cama en su departamento en España, el Palacio Salvo, el Graf Zeppelin sobrevolando el cielo montevideano, y Baltasar Brum parado en la puerta de su casa con su arma, momentos antes de suicidarse.

La dirección de este largometraje es de Pablo Dotta. El filme fue un proyecto ambicioso que tuvo el presupuesto más alto de toda la historia de la cinematografía uruguaya hasta entonces.

Fue la primera película uruguaya en ser presentada en el Festival de Cannes en Francia, y además fue presentada en otros países de Latinoamérica. Sin embargo, los reveses económicos fueron fatales, hasta tal punto que implicó la quiebra de la productora uruguaya responsable del emprendimiento.

La película hoy en día ha quedado en el olvido, pero posiblemente haya sido uno de los pocos intentos de revelar ese nudo existencial del Uruguay, de la mentalidad de sus habitantes, de su historia, y de algunas “cuentas pendientes” que teníamos y tenemos aún hoy en día como sociedad.

La mirada de la mirada

Da la sensación de que entre aquellos de hace veinte años y nosotros ahora, existen varias diferencias. Habría que ver cuáles.

La película habla de un proyecto incompleto, de historias truncas e interrumpidas que sucedieron en un país llamado Uruguay. Habría que ver si esas y otras sensaciones similares fueron superadas o simplemente siguen ahí, latentes, escondidas a la vista de todos.

La manera de vernos y representarnos es vital para desentrañar todo esto. Es poco probable que El dirigible sea rescatado como filme para realizar este proceso. Abordó el fin de un proyecto, la incertidumbre de muchas décadas de un país de dudosa viabilidad, y ella misma, la película, se transformó en algo inviable, tragada por el tiempo.

Y sobre todo, una última reflexión: la película expresó una manera de ver e interrogar a los uruguayos; de ver lo que creemos que somos y lo que no somos; o lo que fuimos y ya no somos, o lo que tal vez podemos ser.

Después de todo, Juan Carlos Onetti jamás volvió al Uruguay y prefirió morir en España. Después de todo, Baltasar Brum se suicidó advirtiendo el golpe de estado de 1933. Después de todo, el Graf Zeppelin de los nazis sobrevoló la ciudad.